
El bienestar mental constituye un pilar fundamental para nuestra calidad de vida que va mucho más allá de la simple ausencia de trastornos psicológicos. Se trata de un estado dinámico que integra aspectos emocionales, psicológicos y sociales, permitiéndonos afrontar los desafíos cotidianos con mayor resiliencia y disfrutar plenamente de nuestras experiencias. En un mundo caracterizado por la hiperconectividad y las exigencias constantes, dedicar tiempo y recursos al fortalecimiento mental ya no es un lujo, sino una necesidad imperante para mantener un equilibrio saludable.
Las investigaciones neurocientíficas más recientes han revelado que el cerebro posee una notable plasticidad, lo que significa que puede modificar su estructura y funcionamiento en respuesta a nuestras experiencias y hábitos diarios. Esta capacidad adaptativa nos brinda la oportunidad de implementar estrategias específicas que potencien nuestro bienestar mental de forma tangible y medible. Desde las prácticas de atención plena hasta los patrones nutricionales, pasando por rutinas de ejercicio y conexiones sociales significativas, existen múltiples factores que pueden influir positivamente en nuestra salud cerebral.
Fundamentos neurobiológicos del bienestar mental
El cerebro humano, con sus aproximadamente 86 mil millones de neuronas, representa uno de los sistemas más complejos del universo conocido. Para comprender cómo podemos potenciar nuestro bienestar mental, resulta fundamental adentrarnos en los mecanismos neurobiológicos que lo sustentan. La neuroplasticidad, capacidad del cerebro para reorganizarse formando nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida, constituye la base biológica que permite la implementación efectiva de hábitos que favorecen la salud mental.
Los neurotransmisores juegan un papel esencial en este contexto, actuando como mensajeros químicos que transmiten información entre neuronas. La serotonina, conocida popularmente como la "hormona de la felicidad", regula nuestro estado de ánimo, sueño y apetito. La dopamina, por su parte, está vinculada al sistema de recompensa y la motivación. El equilibrio adecuado de estos neurotransmisores contribuye significativamente a nuestra sensación de bienestar, mientras que su desregulación puede manifestarse en diversas alteraciones del estado anímico.
El eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HPA) representa otro componente crucial en la regulación del estrés. Cuando percibimos una amenaza, este sistema se activa liberando cortisol, la principal hormona del estrés. Si bien esta respuesta resulta adaptativa a corto plazo, la exposición crónica a niveles elevados de cortisol puede provocar efectos perjudiciales, como la reducción del volumen del hipocampo, estructura cerebral fundamental para la memoria y la regulación emocional.
Las investigaciones más recientes han identificado la importancia del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), una proteína que actúa como un verdadero "fertilizante neural", promoviendo la supervivencia de las neuronas existentes y estimulando el crecimiento de nuevas células nerviosas. Los niveles de BDNF aumentan con ciertos comportamientos como el ejercicio aeróbico regular, la estimulación cognitiva y el mantenimiento de patrones de sueño adecuados.
La neurogénesis adulta, particularmente en el hipocampo, representa uno de los descubrimientos más revolucionarios en neurociencia, desafiando el antiguo dogma de que nacemos con todas nuestras neuronas. Esta capacidad del cerebro para generar nuevas células durante toda la vida abre perspectivas esperanzadoras para la prevención y el tratamiento de diversos trastornos mentales.
El cerebro social constituye otro concepto relevante en la comprensión del bienestar mental. Los seres humanos somos inherentemente sociales y nuestros cerebros han evolucionado para favorecer las interacciones interpersonales significativas. La oxitocina, a menudo denominada "hormona del vínculo", se libera durante las interacciones sociales positivas, reforzando los lazos afectivos y reduciendo la respuesta al estrés. La soledad crónica, por el contrario, activa mecanismos neurobiológicos similares a los del dolor físico, evidenciando la importancia fundamental de las conexiones sociales para nuestra salud cerebral.
Prácticas de mindfulness basadas en evidencia científica
El mindfulness o atención plena se define como la capacidad de prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar las experiencias que surgen. Durante las últimas décadas, esta práctica ancestral ha sido objeto de rigurosa investigación científica, revelando beneficios significativos para la salud mental. Los estudios de neuroimagen han demostrado que la práctica regular de mindfulness produce cambios estructurales y funcionales en regiones cerebrales relacionadas con la atención, regulación emocional y autoconciencia.
Entre los beneficios documentados del mindfulness se encuentran la reducción de los niveles de cortisol, la disminución de la actividad en la amígdala (centro de procesamiento del miedo) y el aumento del grosor cortical en áreas prefrontales vinculadas a la toma de decisiones. Además, estas prácticas promueven la activación del sistema nervioso parasimpático, responsable de las respuestas de relajación y recuperación del organismo, contrarrestando los efectos nocivos del estrés crónico.
Técnica MBSR de jon Kabat-Zinn para reducir el estrés cotidiano
El programa de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness (MBSR, por sus siglas en inglés) fue desarrollado por Jon Kabat-Zinn en la Universidad de Massachusetts en 1979. Este protocolo estructurado de ocho semanas combina prácticas formales de meditación, yoga suave y ejercicios de atención plena que pueden integrarse en la vida cotidiana. Su eficacia ha sido respaldada por más de 1.000 estudios científicos, convirtiéndose en uno de los enfoques terapéuticos complementarios más validados.
El núcleo del MBSR consiste en desarrollar la capacidad de observar las experiencias internas (pensamientos, emociones, sensaciones) con una actitud de curiosidad y aceptación, en lugar de identificarse completamente con ellas. Este "descentramiento" facilita una relación más equilibrada con las experiencias difíciles, reduciendo la reactividad automática que a menudo exacerba el malestar psicológico. La práctica regular del body scan (exploración corporal), meditación sentada y yoga consciente cultivada en el MBSR ha demostrado reducir significativamente los síntomas de ansiedad, depresión y estrés.
Mindfulness integrado al método pomodoro para optimizar la productividad
La fusión del mindfulness con el método pomodoro representa una estrategia innovadora para mejorar tanto la productividad como el bienestar mental. El método pomodoro consiste en alternar períodos de trabajo concentrado (tradicionalmente 25 minutos) con descansos breves (5 minutos), seguidos de un descanso más largo después de cuatro ciclos completos. Al incorporar prácticas de atención plena durante estos intervalos, se potencia la recuperación mental y se previene el agotamiento cognitivo.
Durante los bloques de trabajo, la atención plena puede aplicarse manteniendo la conciencia en la tarea presente, notando cuando la mente divaga y redirigiendo suavemente la atención. En los descansos breves, prácticas como la respiración consciente o la atención a sensaciones corporales facilitan la recuperación del sistema nervioso. Los descansos más prolongados pueden aprovecharse para meditaciones formales o ejercicios de movimiento consciente, restaurando los recursos atencionales necesarios para mantener un rendimiento óptimo sin comprometer el bienestar.
Protocolo RAIN de tara brach para gestionar emociones difíciles
El acrónimo RAIN, popularizado por la psicóloga y maestra de meditación Tara Brach, ofrece un marco estructurado para relacionarse con experiencias emocionales desafiantes. Sus cuatro pasos constituyen una herramienta práctica para transformar el modo en que procesamos emociones intensas:
- Reconocer : Identificar la emoción presente, nombrándola con precisión ("Esto es miedo", "Estoy experimentando frustración").
- Aceptar : Permitir que la experiencia exista sin intentar cambiarla, suprimirla o juzgarla.
- Investigar : Explorar con curiosidad las sensaciones corporales, pensamientos y creencias asociadas a la emoción.
- No-identificación : Reconocer que las emociones son estados pasajeros, no definitorios de nuestra identidad esencial.
Este protocolo ha demostrado su eficacia para desarrollar la inteligencia emocional y reducir la reactividad. Estudios recientes utilizando resonancia magnética funcional (fMRI) han evidenciado que procesar las emociones mediante marcos como RAIN activa regiones prefrontales asociadas con la regulación emocional, mientras disminuye la activación de circuitos relacionados con la rumiación y reactividad excesiva.
Práctica de body scan y sus efectos en el sistema nervioso autónomo
El body scan o exploración corporal consiste en dirigir sistemáticamente la atención a diferentes partes del cuerpo, observando las sensaciones presentes sin intentar modificarlas. Esta práctica fundamental del mindfulness actúa como un puente entre mente y cuerpo, cultivando una conciencia somática refinada que resulta particularmente valiosa en nuestra cultura predominantemente cerebrocéntrica.
A nivel fisiológico, el body scan regular promueve la activación del sistema nervioso parasimpático, contrarrestando el predominio simpático asociado al estrés crónico. Investigaciones con mediciones de variabilidad de la frecuencia cardíaca (HRV) —biomarcador de la regulación autonómica— han documentado mejoras significativas tras ocho semanas de práctica regular. Este equilibrio autonómico se traduce en una mayor capacidad para regular el estrés, mejor calidad del sueño y reducción de síntomas psicosomáticos.
Para implementar esta práctica efectivamente, se recomienda comenzar con sesiones de 10-15 minutos, preferiblemente en posición recostada y en un entorno tranquilo. La progresión puede realizarse desde los pies hacia la cabeza, prestando especial atención a las áreas donde solemos acumular tensión (mandíbula, hombros, zona lumbar). Con la práctica continuada, el body scan facilita la identificación temprana de señales de estrés en el cuerpo, permitiendo intervenciones proactivas antes de que la activación alcance niveles problemáticos.
Hábitos nutricionales que impactan la salud cerebral
La nutrición desempeña un papel fundamental en la salud cerebral y el bienestar mental, campo explorado por la emergente disciplina de la psiquiatría nutricional. El cerebro, aunque representa solo el 2% del peso corporal, consume aproximadamente el 20% de la energía total del organismo, requiriendo un suministro constante de nutrientes específicos para su óptimo funcionamiento. La evidencia científica ha establecido conexiones sólidas entre ciertos patrones alimentarios y la salud mental, revelando que lo que consumimos influye directamente en nuestra cognición, estado de ánimo y resiliencia emocional.
Dieta mediterránea y su correlación con menores tasas de depresión
La dieta mediterránea tradicional, caracterizada por el consumo abundante de frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, aceite de oliva, pescado y frutos secos, ha sido consistentemente asociada con un menor riesgo de desarrollar depresión. El estudio PREDIMED, uno de los más extensos sobre nutrición y salud, documentó una reducción del 40% en el riesgo de depresión entre los participantes que seguían estrictamente este patrón alimentario, en comparación con aquellos que no lo hacían.
Los polifenoles, compuestos bioactivos presentes en alimentos característicos de la dieta mediterránea como el aceite de oliva virgen extra, las bayas y el vino tinto (consumido con moderación), ejercen efectos antiinflamatorios y neuroprotectores. Estos compuestos pueden atravesar la barrera hematoencefálica e influir directamente en la neuroplasticidad y la neurogénesis hipocampal, procesos cruciales para el mantenimiento del bienestar emocional.
Alimentos ricos en triptófano para regular los niveles de serotonina
El triptófano, aminoácido esencial precursor de la serotonina, juega un papel crucial en la regulación del estado de ánimo, el comportamiento, la cognición y el sueño. Al no poder ser sintetizado por el organismo, debe obtenerse exclusivamente a través de la alimentación. Las dietas deficientes en este aminoácido se han relacionado con una mayor vulnerabilidad a alteraciones del estado anímico y trastornos del sueño.
Incorporar alimentos ricos en triptófano como huevos, lácteos, pavo, pollo, pescado, legumbres, semillas de calabaza y plátanos puede contribuir significativamente a optimizar los niveles de serotonina. Para potenciar su absorción, resulta beneficioso consumirlos junto con carbohidratos complejos, ya que la insulina liberada facilita la entrada de triptófano al cerebro al eliminar aminoácidos competidores. La combinación de alimentos ricos en triptófano con fuentes de vitamina B6 (presente en cereales integrales, legumbres y vegetales de hoja verde) también favorece su conversión a serotonina.
Ácidos grasos omega-3 y su función neuroprotectora
Los ácidos grasos omega-3, especialmente el EPA (ácido eicosapentaenoico) y el DHA (ácido docosahexaenoico) constituyen componentes estructurales fundamentales de las membranas neuronales y desempeñan un papel crucial en la señalización celular, la neuroplasticidad y la respuesta inflamatoria. El cerebro humano contiene aproximadamente un 60% de grasa, siendo el DHA particularmente abundante en la corteza cerebral y las sinapsis, donde influye decisivamente en la fluidez de membrana y la transmisión de señales neuronales.
Múltiples estudios epidemiológicos han establecido una correlación inversa entre el consumo de ácidos grasos omega-3 y la prevalencia de trastornos del estado de ánimo. Un metaanálisis publicado en el Journal of Clinical Psychiatry analizó datos de 31 estudios observacionales, concluyendo que las personas con depresión presentaban niveles significativamente más bajos de EPA y DHA en comparación con individuos sin depresión. Los ensayos clínicos han demostrado que la suplementación con omega-3, particularmente formulaciones con alto contenido de EPA, puede reducir los síntomas depresivos, especialmente en casos de depresión moderada a severa.
Las principales fuentes dietéticas de EPA y DHA incluyen pescados grasos de aguas frías como salmón, caballa, sardinas y anchoas, así como algas marinas y ciertos mariscos. Para quienes siguen dietas vegetarianas o veganas, las semillas de lino, chía y las nueces contienen ácido alfa-linolénico (ALA), un omega-3 que el organismo puede convertir parcialmente en EPA y DHA, aunque con una eficiencia limitada. Se recomienda un consumo regular de pescado graso (2-3 porciones semanales) o, en caso de dietas que excluyan estos alimentos, considerar suplementos derivados de algas que proporcionan DHA biodisponible.
Microbiota intestinal y su influencia en el eje intestino-cerebro
La revolución científica en la comprensión del microbioma intestinal ha revelado sorprendentes conexiones entre las bacterias que habitan nuestro tracto digestivo y la salud cerebral, consolidando el concepto del "eje intestino-cerebro". Este sistema bidireccional de comunicación integra vías neurales, endocrinas e inmunológicas, permitiendo que la microbiota intestinal influya en la función cerebral y viceversa. Los aproximadamente 100 billones de microorganismos que conforman nuestra microbiota intestinal no solo participan en la digestión, sino que producen neurotransmisores, modulan la respuesta inflamatoria y regulan la permeabilidad de la barrera intestinal.
Cerca del 95% de la serotonina corporal se produce en el intestino, bajo la influencia directa de determinadas bacterias intestinales. Estudios pioneros han demostrado que la transferencia de microbiota de individuos con depresión a animales libres de gérmenes induce comportamientos similares a la depresión en estos últimos, evidenciando el potencial patogénico de ciertas configuraciones microbianas. Por el contrario, la colonización con cepas probióticas específicas puede atenuar respuestas al estrés y mejorar parámetros relacionados con el estado de ánimo, tanto en modelos animales como en ensayos clínicos humanos.
Los alimentos fermentados tradicionales como el yogur, kéfir, chucrut, kimchi y kombucha representan fuentes naturales de probióticos que pueden contribuir a la diversidad y equilibrio de la microbiota intestinal, favoreciendo indirectamente la salud cerebral a través del eje intestino-cerebro.
Los prebióticos, fibras dietéticas no digeribles que sirven como sustrato para bacterias beneficiosas, constituyen otro componente nutricional relevante para este eje. Alimentos ricos en prebióticos como achicoria, espárragos, cebollas, ajos, puerros, plátanos verdes y avena promueven el crecimiento de bacterias productoras de ácidos grasos de cadena corta (AGCC), especialmente butirato. Estos AGCC pueden atravesar la barrera hematoencefálica e influir directamente en la función neural, además de modular la permeabilidad intestinal y la inflamación sistémica, factores implicados en diversos trastornos neuropsiquiátricos.
Estrategias de higiene del sueño respaldadas por neurocientíficos
El sueño representa mucho más que un simple estado de reposo; constituye un proceso neurobiológico activo esencial para la consolidación de la memoria, la desintoxicación cerebral, la regulación metabólica y la restauración de la función inmunológica. La neurociencia del sueño ha revelado que durante el descanso nocturno se activa el sistema glinfático, mecanismo que facilita la eliminación de proteínas potencialmente tóxicas como el beta-amiloide, implicado en la enfermedad de Alzheimer. Paralelamente, las oscilaciones cerebrales características de las diferentes fases del sueño orquestan la transferencia de información desde el hipocampo a la corteza cerebral, consolidando así los aprendizajes del día.
La privación crónica de sueño se asocia con alteraciones significativas en la regulación emocional, manifestándose en una hiperactivación de la amígdala (centro procesador del miedo) y una reducción en la conectividad funcional con regiones prefrontales encargadas de modular las respuestas emocionales. Este desequilibrio neural explica la mayor reactividad emocional, irritabilidad y vulnerabilidad al estrés observadas tras noches de sueño insuficiente. Estudios longitudinales han identificado que la restricción crónica del sueño puede predecir el desarrollo posterior de trastornos del estado de ánimo, estableciendo el sueño adecuado como factor preventivo fundamental.
Para optimizar la arquitectura del sueño y sus beneficios neurobiológicos, los expertos recomiendan implementar un conjunto de estrategias de higiene del sueño respaldadas por evidencia científica. La regularidad cronobiológica resulta esencial, manteniendo horarios consistentes de acostarse y levantarse incluso los fines de semana, para estabilizar el ritmo circadiano. La creación de un entorno favorable implica mantener la habitación oscura, silenciosa y fresca (idealmente entre 18-20°C), ya que la temperatura corporal debe descender aproximadamente 1°C para iniciar y mantener el sueño profundo.
La exposición controlada a la luz desempeña un papel crítico en la regulación del sueño. La luz natural brillante durante la mañana sincroniza el reloj biológico, mientras que la reducción progresiva de la exposición a luz azul (emitida principalmente por dispositivos electrónicos) en las 2-3 horas previas al sueño facilita la producción de melatonina, hormona reguladora del ciclo sueño-vigilia. Utilizar filtros de luz azul, configurar el modo nocturno en dispositivos o, preferiblemente, limitar completamente su uso antes de dormir, constituyen medidas efectivas para preservar la señalización melatoninérgica.
Los hábitos alimentarios también influyen significativamente en la calidad del sueño. Evitar comidas copiosas, alimentos picantes, alcohol y cafeína en las horas previas a acostarse previene alteraciones en la arquitectura del sueño. Por el contrario, alimentos que contienen triptófano, magnesio y melatonina natural (como cerezas, kiwi, nueces, semillas de calabaza o infusiones de manzanilla) pueden favorecer la inducción natural del sueño cuando se consumen como pequeña colación nocturna. ¿Sabías que la leche caliente antes de dormir no es simplemente un remedio de la abuela? Su contenido de triptófano, combinado con carbohidratos y el efecto relajante de una bebida caliente, tiene fundamento científico.
Ejercicio físico como regulador neurobioquímico
El ejercicio físico constituye una de las intervenciones más potentes para optimizar la función cerebral y promover el bienestar mental. Sus efectos trascienden los beneficios cardiovasculares y metabólicos ampliamente reconocidos, ejerciendo una profunda influencia en la neuroquímica, la estructura cerebral y la cognición. A nivel molecular, la actividad física regular desencadena una cascada de eventos bioquímicos que incluyen la liberación de endorfinas, endocannabinoides y monoaminas (serotonina, dopamina y noradrenalina), neurotransmisores directamente implicados en la regulación del estado anímico y la reducción de la sensibilidad al estrés.
Desde una perspectiva estructural, el ejercicio aeróbico consistente se asocia con aumentos significativos en el volumen del hipocampo y de diversas regiones prefrontales, áreas especialmente vulnerables a los efectos del estrés crónico y el envejecimiento. Estos cambios volumétricos se traducen en mejoras funcionales, como mayor capacidad para la regulación emocional, función ejecutiva optimizada y mayor resistencia al deterioro cognitivo. Estudios longitudinales han demostrado que las personas físicamente activas presentan un riesgo sustancialmente menor de desarrollar depresión, con reducciones de hasta un 30% en comparación con individuos sedentarios, efecto comparable o superior al de algunos tratamientos farmacológicos.
Entrenamiento HIIT y liberación de BDNF para la plasticidad neuronal
El entrenamiento interválico de alta intensidad (HIIT, por sus siglas en inglés) ha emergido como una modalidad particularmente efectiva para estimular la producción del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), proteína esencial para la supervivencia y diferenciación neuronal. El BDNF actúa como un auténtico "fertilizante cerebral", promoviendo la formación de nuevas conexiones sinápticas y facilitando la neuroplasticidad, mecanismo fundamental para el aprendizaje, la memoria y la adaptación a situaciones estresantes.
Investigaciones recientes utilizando análisis sanguíneos pre y post-ejercicio han demostrado que las sesiones de HIIT provocan elevaciones más pronunciadas y sostenidas de BDNF en comparación con el ejercicio de intensidad moderada y continua. Un protocolo HIIT típico consiste en alternar breves períodos de esfuerzo máximo o casi máximo (15-30 segundos) con intervalos de recuperación activa (45-90 segundos), completando 4-8 ciclos. Esta estructura permite acumular minutos en zonas de alta intensidad que serían insostenibles de forma continua, maximizando así el estímulo metabólico y hormonal con un volumen de entrenamiento relativamente bajo.
Para implementar el HIIT de manera segura y efectiva, es recomendable comenzar con una proporción trabajo-descanso de 1:3 o 1:2, ajustando progresivamente hacia proporciones más exigentes conforme aumenta la capacidad cardiorrespiratoria. La frecuencia óptima parece situarse en 2-3 sesiones semanales, permitiendo la recuperación adecuada entre estímulos. El HIIT puede adaptarse a diversos modos de ejercicio, desde cicloergómetro, carrera y natación hasta entrenamiento funcional con el propio peso corporal, facilitando su incorporación independientemente de preferencias y acceso a equipamiento específico.
Yoga nidra como herramienta de recuperación parasimpática
El Yoga Nidra, frecuentemente traducido como "sueño yóguico" o "sueño consciente", representa una práctica de relajación profunda que induce un estado hipnagógico—intermedio entre la vigilia y el sueño—mientras se mantiene la conciencia. A diferencia de otras modalidades de yoga más dinámicas, el Yoga Nidra se practica en posición supina, siguiendo un protocolo sistemático que guía la atención a través del cuerpo, la respiración y diferentes estados de conciencia. Desde una perspectiva neurofisiológica, esta práctica milenaria promueve una potente activación parasimpática, contrarrestando el predominio simpático característico del estrés crónico.
Estudios utilizando electroencefalografía (EEG) han documentado que el Yoga Nidra induce predominantemente ondas cerebrales alfa y theta, asociadas con estados profundos de relajación y creatividad. Estos patrones de actividad neural facilitan la integración entre diferentes regiones cerebrales y promueven la liberación de neurotransmisores inhibitorios como el GABA, principal contrapeso de los sistemas excitatorios implicados en la ansiedad. Investigaciones en el ámbito clínico han evidenciado beneficios significativos del Yoga Nidra para condiciones como el insomnio, el trastorno de estrés postraumático y diversos trastornos de ansiedad.
Un protocolo básico de Yoga Nidra incluye una fase inicial de interiorización (retirada de los sentidos), seguida por la resolución de sankalpa (intención positiva), rotación de la conciencia por diferentes partes del cuerpo, atención a la respiración, visualización de imágenes contrastantes y finalmente, un retorno gradual a la conciencia ordinaria. Con solo 20-30 minutos de práctica, esta técnica puede proporcionar el equivalente a varias horas de sueño en términos de recuperación del sistema nervioso, convirtiéndola en una herramienta valiosa para integrar en momentos de alta demanda cognitiva o estrés sostenido.
Entrenamiento de fuerza y su impacto en los niveles de cortisol
El entrenamiento de fuerza, tradicionalmente asociado con objetivos estéticos o de rendimiento físico, emerge actualmente como una intervención significativa para la salud mental debido a sus efectos moduladores sobre el sistema endocrino, particularmente en la regulación del cortisol. Esta hormona glucocorticoide, secretada por las glándulas suprarrenales en respuesta al estrés, resulta adaptativa a corto plazo pero potencialmente perjudicial cuando se mantiene cronicamente elevada, contribuyendo a alteraciones del estado anímico, disfunción cognitiva y desregulación metabólica.
Los estudios longitudinales han demostrado que el entrenamiento de fuerza regular produce adaptaciones favorables en la respuesta al estrés, caracterizadas por una menor secreción basal de cortisol y una recuperación más eficiente tras exposición a estresores agudos. Este efecto "amortiguador" se atribuye parcialmente a la regulación ascendente de los receptores de glucocorticoides, lo que mejora la sensibilidad del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HPA) al feedback negativo, previniendo así la hiperactivación sostenida del sistema de estrés. Adicionalmente, el entrenamiento de fuerza aumenta la producción de mioquinas, proteínas secretadas por el tejido muscular que ejercen efectos antiinflamatorios sistémicos y neuroprotectores.